31.10.06

Bar Lalo... ¡y que suenen los cristales!

"En Salta hay boliches que no tienen puerta... porque no cierran nunca. Y ahí están las mujeres desesperadas dando vueltas, porque los maridos se están gastando todo el jornal... Y ahora que no hay que andar mucho pa' gastarse todo..."

CUCHI LEGUIZAMÓN.

Corría el año 1992. Leandro Esteban Pardo –más conocido como el Lalo- casado y con cuatro hijos, se queda sin trabajo. Así fue que comenzó la historia de un bar, la nueva historia del bar que compraba el Lalo, para convertirlo en un rincón cuyano.
El Lalo Pardo es sastre de profesión, también se dedica a la cocina, con buenos resultados, y hasta se deja llevar por una guitarra para cantar algún tango o algo cuyano.
Anteriormente había tenido un bar donde, entre otras historias, conoció a uno de sus ídolos, Nicolino Locche, cuando era campeón mundial.
Pero lo que buscábamos -y conseguimos- era conocer los recuerdos que giraban alrededor del Bar Lalo. Esa esquina frente a la cancha, que hasta el año ‘98 fue testigo de esta historia; ubicada en San Martín y 9 de julio, de Luján.
Música, comidas, vino y amigos. Nombra a algunos de ellos, a muchos de los que pasaron por ahí, como Montenegro, Cacho Garay, el Gatito Olivera, el doctor Juan, Pocholo Cabrera, los hermanos Osorio, Jorge Páez, el Cacerola, Contrafato, Jorge Mansilla, Oscar Villegas, Mofatto, Citón, Raúl Barnnés, y Leonardo Favio -con el que se conocían desde antes de hacerse famoso- entre otros.
Disfruta con cada recuerdo del boliche y nos dice -cosa que ya habíamos advertido- que él era el alma de ese lugar.
Lugar que, a partir de su llegada, se convierte en un espacio para algo más que el bar mismo. Un lugar donde encontrar un plato de comida, un trago, amigos y algo de música... Así, como él mismo nos cuenta:
...la música estuvo siempre en el boliche, a mí me gusta todo ese movimiento. Siempre tenía una guitarra abajo del mostrador y el que llegaba... Que le enseñara a hablar si sabía, sino... Problema de él.
Me gusta cantar. Con el Jorge Páez siempre nos juntamos y sale algo. Yo le puse letra a un tango de él, que estaba dedicado a una chica de luján que falleció en un accidente. Él me dio un casete con la música, para que vea los tiempos, y yo la escribí.
Con un porteño, Raúl Barnnés, aprendí varios tangos. Llegó este tipo un día al bar y me dice “hola patrón” con un vozarrón tremendo, tenía el timbre de voz muy parecido a Gardel. Me pide un tintito y le di del que tomaba yo, me di cuenta de que el tipo sabía tomar. Él era jubilado del gobierno y me dice, “me arrimé por acá porque el otro día pasé y escuché que la gente estaba cantando”. Entonces saqué la guitarra y se la pasé. El la agarró bien suave, le digo “¿se anima?”, “si usted me da permiso... ¡para la barrrra!” Dijo y... ¡dios! ¡qué bueno era! Miró a la puerta y vio que estaba abierta, entonces enfocó para allá, como para que saliera todo.
Con él hicimos una amistad sincera. Me dice “yo no conozco las costumbres de la gente de acá”, y justamente cumplía años uno de los muchachos osorio e hicieron una fiesta cuyana. Comidas típicas, empanadas, carne a la olla. Entonces le pregunto si se anima a salir unos días. Me dice “¿cómo unos días?”, “sí, porque esto no es de un día” le dije...
(risas)
Le dijimos a la señora que íbamos a salir una noche. Cuando llegamos, una tanda ya había tocado y había otros que estaban medio dormidos. Le digo “¿qué hacemos Raúl? Mirá que yo acá llego y me instalo”. Así que se puso a cantar tango. Los tipos decían “¿quién es éste?”, “es un fenómeno”, dice un colorado de San Rafael, y se hizo amigo de estos tipos. Al otro día nos dicen “¿no se quieren venir con nosotros?” El porteño me dice “están locos, me van a echar de mi casa” pero al final nos fuimos y volvimos a los dos días. Cuando volvimos, la esposa le dice “¡te vas con este otro atorrante!” Y yo me pegué la vuelta “bueno, que le vaya bien, nos vemos raul”.
Más tarde, su esposa, maría eugenia, pone el casete que había grabado Barnnés en forma casera y mientras lo escuchamos, el Lalo, con admiración nos comenta: ... Este hombre llegó aquella vez a enriquecer lo nuestro, porque el tango es tan grande... Y él lo domina tanto...

La casa de la cultura 2
Una vez nos invitaron a la casa de la cultura, que estaba en Balcarce y Santa María de Oro, frente a la plaza. Ahí cantó Raúl y canté yo. Pero fuimos con los muchachos del boliche, los areneros, viste. Y el secretario de cultura me dice “no me vas a meter a éstos acá, mirá la gente que hay...”. Le dije “tengo un cantor... de película, pero tiene que entrar la barra”.
Les dije a los muchachos “¡ustedes... mutis!”. Había empanaditas, copetín... Y le pedí a una de las chicas que les sirviera, “¿y quién los invitó?” dijo, “son invitados de nosotros, que se porten bien”, “sí, vos dales de comer y vino y vas a ver que nadie te molesta”. Cantó Raúl y después me llama. Cantamos ese tango de la pastora, que lo cantaba Julio Martel y Carlos Gardel. Terminamos y nuestra hinchada nos gritaba “¡¡¡bieeen!!!”
Después nos invitaron otro día, pero esta vez fuimos solos.
Por eso los muchachos le pusieron al boliche: la casa de la cultura 2.


Y la barra completamente agradecida...
En los extremos los hermanos Osorio, de traje: el Gato Olivera, Migues y el Lalo.


El Lalo tiene muchos amigos, con especial cariño nos cuenta de uno de ellos: ... Resulta que un día yo iba a animar una peña en lo de Barrionuevo, en Drummond. Cuando estábamos ahí llegó el Gatito Alberto Olivera, que era otro animador. Yo a él no lo conocía, y esa noche animamos juntos. Él es muy bueno en esto, nombra a los integrantes de los conjuntos, la trayectoria... Él me dijo “vos anunciá el conjunto y lo demás lo hago yo”.
Tomamos unos tragos y me contó que no tenía papá... Yo le dije “si no tenés papá para qué está el Lalo Pardo” me abrazó y gritó “¡muchachos, ya tengo papá!”. A partir de ahí hubo un sello entre nosotros.
Él en Luján debe ser el mejor animador de peñas que tenemos. Además, es amigo de Anselmo de Mendoza, que para mí es uno de los grandes compositores de música cuyana.
El Lalo es un tipo simple, abierto, por eso así como nos abrió las puertas con tanta amabilidad, hizo lo mismo en el bar con mucha gente ...
Yo hice mucha amistad con el Coco Cabrini. Él tenía una banda, un conjunto (La Jarillera), y nunca habían salido a tocar para el público. Entonces un día me dijo que querían venir a tocar al bar, pero tenían miedo de que la gente de ahí no los aceptara, porque eran todos parroquianos, cuyanos. Yo le dije que no había problema... lo que sí, había que traer algo para entretener a los muchachos. Así que trajo unos vinos.
Cuando a los muchachos del bar les dije que venía a tocar un conjunto de música moderna, me dijeron que con eso iba a echar a todos. Más tarde llegaron, empezaron a instalar cables, parlantes, micrófonos y cuánta historia; la gente estaba asombrada. Pero les gustó... Tocaron y hasta me invitaron a cantar a mí, canté un bolero y tuve hinchada propia...
Después siguieron viniendo, un día trajeron a uno de los Enanitos Verdes.

Otro día, pedí permiso a los vecinos para cerrar la calle 9 de julio y pusimos una tarima. Tocó el Coco, el muchacho Rivarola con la chica Perez, que hacían folclore. Presentaron también unas piezas de arte, unos cuadros de ella. Ahí tocaron una cueca, que después iban a representar en el bar para filmarla.
Y la filmaron nomás, les quedó bien bonita... Trabajaron con los parroquianos de ahí, del bar. Esas caritas coloraditas...
El trabajo después lo mostraron por Uruguay.
En un momento, mientras hablábamos, su esposa nos acerca a ese Lalo que seguramente ella conoce como pocos ...
Hay algo que mi marido no ha dicho y es que en el bar él preparaba comida a toda la gente que hallaba por ahí. Los que andaban tiraditos, curaditos, sabían que tenían un plato de comida caliente.
El Lalo no se pone en la vereda de enfrente, se siente orgulloso de su gente. Nos dice ...
A veces yo no tenía nada, entonces los muchachos salían a las verdulerías, al pollero y venían con los bolsos llenos de verduras, ranchos de pollo... ¡me hacía unos sopones! Esos tipos nunca te fallan.
Había un viejito que me ayudaba, el Francisco, era de Salta y estaba solo... En navidad y año nuevo se ponía a llorar “Lalito... ¿a dónde voy?” Yo le daba vino, algo para comer... Pero no era eso... Un día lo invité a mi casa, “no sabe usted lo que me ha dado. Usted es mi hermano” me decía.

A veces él me hacía alguna compra y yo, en forma de pago, le daba una botella de vino. Entonces la dejaba por ahí y cuando venía algún curado que no tenía guita, él se servía como diciendo "yo soy el que manda acá" (risas).
Después estaba el Negro Ahumada. Un tipo que trabajaba mucho en la construcción. Un día falleció el padre y se quedó solo; por ahí dormía en la calle, andaba por ahí.
Me acuerdo que yo me ponía a barrer y silbaba, entonces él hacía con la mano como que me quitaba el silbido y empezaba a silbar él... ¡y yo me tenía que quedar callado!
(risas).
Esos tipos son mundiales. El negro jamás una mala palabra, jamás una agresión...

El lalo “Castrilli”
El Cacho Garay le dijo a Citón un día en la radio que a mí me decían Castrilli, "porque cobra lo que quiere y si protestás te echa..."
Yo tengo un carácter parejo, sé lo que es bueno, lo que es malo, sé cuando me agarran de gil. Entonces llegó un momento de hacer un código. Por eso aproveché el chiste del Cacho y me hice unas tarjetas: la amarilla y la roja. Desde el mostrador las levantaba. Una vez, a uno le di una semana sin entrar, y se encargaron de sacarlo los muchachos "porque esta es nuestra segunda casa" decían ellos. Cuando venía, si quería un trago se lo pasaba y tomaba afuera. Después de esa semana fue un caballero.

Y así se pasaron más de dos horas de charla. Por un momento creímos estar en el bar, o quizás estuvimos; compartiendo un trago con ese tipo que nos trató como amigos, con su esposa María Egenia, su hija Julieta y Azul, una amiguita de la familia, quienes prepararon unas buenas pizzas para esa noche en la que el Lalo volvió a ser un bar... El Bar Lalo.


(Nota publicada originalmente en el Nº2 de la revista)

1 comentario:

La Linternita dijo...

No che, como en el 98, si no me equivoco (tengo que chequear la info) el bar cerró, después hubo ahí mismo otro bar, pero no como el Bar Lalo. Hay cosas que no se pueden repetir. Un abrazo.